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sábado, 15 de diciembre de 2007

FERMIN SALVOCHEA: COSAS DE TEATRO. 24.09.1867

Crítica de Fermín Salvochea al modelo social.
"COSAS DE TEATRO”
APARECIDO EN LA REVISTA GADITANA 24 DE SEPTIEMBRE DE 1867
También tiene el teatro sus cosas, si señor, y cosas, si señor, y cosas son las suyas, que bien merecen el trabajo de ser examinadas. A primera vista no veremos más que gente que cobra para divertir a los demás, y gente que paga para que los diviertan o no la diviertan, que de todo suele haber en la viña (frase que Salvochea no termina, probablemente por la connotación religiosa de la frase). Considerando así el teatro, presenta el aspecto de un mercado público, donde se vende risa o sueño a precios fijos, pero no lo consideremos así. Acerquémonos un poco, Mirémoslo más detenidamente, y hallaremos que los que cobran se apellidan artistas: los que pagan público ilustrado, y el edificio escuela de las costumbres. Estos pomposos títulos lisonjean el amor propio de la persona que hace, y de la persona que pade­ce, y ya tiene usted a Periquito hecho fraile. El zapatero se hace cómico para ser artista, y el torero concurre al teatro para ser ilustrado.
En este teatro hay como en el gran teatro social opresores y oprimidos, felices y desgraciados, víctimas y verdugos, pero con una pequeña diferencia. En sociedad tan pronto es uno gentil a secas, como gentil hombre; ayer rendido amante y vil seductor mañana; esclavo, gran señor y capitán de bandidos en tres escenas del mismo drama. Hará de tribuna en una comedia, y de alguacil en el sainete. No bien acaba entre aplausos un papel de héroe, empieza a ensayar el de traidor. ¡Y todo un mismo hombre! ¡Cuanto ingenio!
Esta continua mutación de trajes y de caracteres, este con­tinuo movimiento, constituyen la vida del gran teatro social. En el llamado escuela de costumbres hay menos animación, más monotonía, porque unos mismos son siempre los tiranos, y unas mismas las víctimas. El único que goza el privilegio de desempeñar dos papeles es el público ilustrado.
Hace a veces de víctima, y a veces de tirano.
Son tiranos siempre todos los actores desde el primer galán hasta el que enciende las candilejas. Sus víctimas son los empresarios y los escritores dramáticos.
Mentira parece que haya todavía empresarios en el mundo, pero lo que sorprende mucho más, lo que no se concibe, es que haya quien escriba para el teatro.

-¿A quien busca usted?
-Vengo a ver al señor director.
- Yo soy el director y primer actor.
-Sea muy enhorabuena ./. Me tomo la libertad de presentar a usted
-¿Que es ello? ¿Un drama?
-Si señor. Acabo de escribirlo, y quisiera
-Bien, lo leeremos. Puede usted dar una vuelta de aquí a un par de meses.
-¡Tanto tiempo! Yo creía
-iPues!. .. la de todos. Creen Vds. que no tenemos más que hacer que perder el tiempo con .................... si no le acomoda a usted aguardar, puede Ilevárselo.
El autor que a todo trance quiere ver en escena su obra, consiente en la espera que se le propone. Llega por fin el sus­pirado día, pero, ¡oh fatalidad! El manuscrito ha pasado a manos de la dama(1) para que dé su voto; el baraba (2) tiene que darlo también; el bolero (3) quiere leérselo a la bolera para que lo dé en su beneficio si es que le agrada; el tramoyista (4) desea saber si hay muchas o pocas mutilaciones; el que copia los papeles (5), si dará muchos pliegos, y los que han de estudiarlo (6), si dará pocos. Vuelva Vd., otro día, es la respuesta que oye muchos días el desventurado autor. Por último, llega el desea­do momento. El drama ha recorrido ya toda la escala teatral. Ha pasado por el crisol de la compañía.
He leido eso, dice a su víctima el señor director (7).
(Siete estamentos distintos han analizado el texto del autor)
No me parece del todo mal; no es ninguna gran cosa, pero en fin, podrá pasar si le hace Vd. algunas correcciones. A la dama no le ha gustado su papel, y bien mirado, le sobra razón, porque, amigo mío, no está en su cuerda,
-iYa! Como yo no sabía cual es la cuerda de esa señora.
-y luego, eso de hacerla disfrazar de vieja en la escena quinta ofende su amor propio. ¡A quien se le ocurre eclipsar ni por un momento la luz de aquel rostro celestial! esa escena. Debe Vd. suprimirla.
-El disfraz que tanto ha disgustado a esa señora, formaba una parte esencial de argumento de mi drama, pero ¿que hemos de hacerle? se suprimirá.
-¡Ah! otra cosa. El segundo galán no quiere hacer papeles de traidor. Hay tipos muy considerados y temidos en socie­dad, pero los pone Vd. en el teatro, y les pierden el respeto. iVaya Vd. a comprender esta contradicción! Será quizás que el público no deja sacar copias de muchos de sus origi­nales.
Tendrá Vd., pues, que suprimir el malvado.
-Eso es imposible. ¿De quien me valgo entonces para quitar la vida a mi heroina.
-Se ahoga Vd., en un vaso de agua. ¿No pasa la acción en España? Declárela Vd. cesante.

-Mejor será que pongamos a la infeliz en manos de un doc­tor. Es recurso muy gastado, pero, no hay remedio; morirá.
-Se me olvidaba. Mi papel es demasiado largo; el de la dama de carácter tambien, y como ella y yo tenemos siem­pre la cabeza a pájaros, será preciso que haga Vd. algunas acotaciones.
-Muy bien; Vd. Me dirá por donde corto.
-Suprima Vd. la exposición. Así como así el público no está ya por palabra; quiere hechos. Improvise Vd. la toma de una fortaleza. eso es de mucho efecto teatral.
-Si Vd. lo cree conveniente ...
-No he de creerlo, hombre. ¿No quiere Vd. aplausos?
-¡Quien lo duda!
-Pues leña, hombre, leña.
-Nunca hubiera creido ...
-Si Vd. no conoce el teatro. Y a propósito. El final del drama me parece muy frío ..
-¿ y que le parece a Vd. que hagamos para darle calor?
-No pegaría mal una tempestad.
Esa es la que debe esperar el pobre autor cuando se ponga en escena el esqueleto de su obra.
El reparto del drama es el segundo escalón para subir al templo de la inmortalidad.
-Señorita, ¿tendrá Vd. la bondad de encargarse de este papel? En esta boca mis versos llegarán al
quinto cielo.
-Caballero, mil gracias por la lisonja, pero me es imposible servir a Vd. No está en mi cuerda.
-iQue! ¿No está en su cuerda servirme? ¡Ay, señorita, que dura es para mí su cuerda de Vd.!
-No me comprende Vd.; lo que yo digo es que ese papel no es para mí.
-¡Como que no! Pues si se lo doy yo, que soy el autor.
Puede Vd. tomarlo sin escrúpulo de conciencia.
-Si no es eso. Que no quiero hacerlo. ¿Lo entiende Vd. ahora? Es muy corto, y para cuatro palabras no me pongo yo de veinte y cinco alfileres. Que lo haga la segunda. -Para mí es demasiado largo. Que lo haga la graciosa.
-Maldita la gracia que tienen ese papel. Yo no hago eso. Los dramas no están en mi cuerda.
-Pero, señor, exclama fuera de sí el desventurado autor; ¿cual será la cuerda de estas mujeres? ¿Por qué no ha de haber una cuerda para todas?
-Caballero, dice en seguida a uno de los actores que ha acu­dido a los gritos. Aún no he podido entenderme con las señoras, pero ya nos arreglaremos.
Aquí tiene Vd., un papelito. Espero tenga la bondad de aceptarlo.
-Disimule Vd.; no me pertenece. Eso al señor.



-¡A mí! Ni que Vd. lo piense; yo no hago más que galanes jóvenes.
-Pues efectivamente pertenece a Vd. El personaje que va a representar, podrá tener veinte y cinco o treinta años. -Si, pero no es galán joven.
-Pues hijo mío. ¿que entiende vd. por juventud?
-Quiero decir que yo no hago más que calaveras. Ese papel pertenece al señor.
-Yo no recibo papeles de nadie. Soy director en el género cómico.
Pues entonces el otro ¿quien es? -Director en su género.
- ¿ y cual es el género del otro señor?
i Pobre autor, y pobre drama! Y ¿por qué? Por ese orgullo de enterderlo todo, por esas necias etiquetas, por ese flujo de con­decoraciones, por esa rutinera clasificación de caracteres, por esa cuerda en fin, tan cacareada. En una compañía no debiera haber más que un director, y para serio dignamente, no basta aprender papeles de memoria, y relatarlos sin equivocarse. ¡Cuantas bellezas pasan desapercibidas porque no se com­prenden porque no se estudian!
No negaremos el honroso título de artistas a un Romea, un Valero y un Arjona, pero para llegar a ellos se necesitan conoci­mientos de que carece la mayor parte de los actores. No dire­mos tampoco que una mujer de cuarenta años puede represen­tar a una inocente niña, porque el candor de la niñez es lo único que una mujer no puede fingir, pero combatiremos ese necio empeño de crear a cada paso jerarquías, que obstruyen el buen reparto de una composición dramática, y privan al público del gusto de verla bien ejecutada. Si algunos actores se figuran que un papel de cuatro palabras puede confiarse a un cualquiera, ese cualquiera, mil veces lo hemos visto, saca de su éxtasis al espectador, y le hace conocer que no es más que una comedia lo que estaba viendo, que no es la realidad, como se había figurado, y el pobre autor, el escritor dramático es quien recoge el amargo fruto de dirección tan desacertada, del mal reparto que se ha hecho de su obra.
Cuando se nos dijo que iba a darse al teatro un reglamento, creímos de buéna fe que se cortarían de raiz los males que lamentamos,. pero desgraciadamente no ha sido así. Los males se aumentan de día en día, los abusos se multiplican, las empresas se arruinan y la afición al teatro concluye, porque ni empresas ni afición puede haber mientras exista esa multitud de trabas, a que hemos dado el nombre de COSAS DE TEA­TRO.
Fermin Salvochea. (25 años)
(Revista Gaditana, 24 de septiembre de 1867).



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