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martes, 22 de enero de 2008

POEMA TRADUCIDO POR FERMIN SALVOCHEA -Y III-

CANTO DEL CAUTIVO
Aquí jamás se siente el frío;
el bosque siempre su verdura ostenta,
y desde el mar hasta el ramaje umbrío,
llega la fresca brisa que lo alienta.
Y es tal la paz, tan grande y permanente,
que al zumbar del insecto interrumpe
el rugir de la tormenta.
A veces, cuando, envuelta en negro manto
la sombra de la luz pasa la raya,
se escucha el dulce y prolongado canto
que las conchas entonan en la playa.
En tanto que la flor en la espesura,
unida por su amor al aura pura,
constantemente va donde ésta vaya.
Mirad cómo las olas hacia el cielo
dirigen su rizada cabellera,
y con marcha veloz y raudo vuelo
cruza el profundo mar nave ligera.
Y en la noche cubierta de esplendores
brotan fosforescentes resplandores
del seno de las ondas hacia afuera.
Corre, ven a salvarnos, nave amiga;
cambia de mala en buena nuestra suerte;
aquí nos hiere y mata la fatiga,
el presidio es más triste que la muerte.
No nos falta la fe ni la constancia,
y si un día volviésemos a Francia,
sería por luchar con brazo fuerte.
El fuego del combate nos inflama,
la libertad al bueno presta ardor
y la batalla a todos hoy nos llama
a los desheredados el clamor...
A la sombra la aurora ha confundido
Y un mundo surge de verdad y amor.


Louise Michel (traducción de Fermín Salvochea)

ALGUNOS POEMAS DE FERMIN SALVOCHEA -II-


EL POBRE Y EL RICO

Un pasajero que de orgullo henchido
navegaba en primera,
con desprecio miraba al desvalido
viajero de tercera.
"Al que hable de igualdad -decía el primero-
considero insensato.
¿Cómo ha de ser cual yo, quien sin dinero
se encuentra y sin zapatos?"
Y entre tanto en el pecho del segundo
el odio se despierta,
al ver que en contra suya todo el mundo
parece se concierta.
Mas pronto la comedia cruel y fría
tornárase en tragedia
al no surgir brillante un nuevo día
del mismo mal que asedia.
Un choque atroz, terrible y formidable
la catástrofe anuncia
y de la muerte el fallo inapelable
en alta voz denuncia.
Entonces de las clases los extremos
sin mirar diferencia,
con ardor se dirigen a los remos
y se unen sin violencia.
El peligro común de los mortales
la vanidad ahuyenta
y hace se reconozcan como iguales
entrando en la ancha senda.
La vida del error no es más que un día,
aunque parezca larga;
la verdad solamente da alegría
y nunca es una carga.

Fermin Salvochea

ALGUNOS POEMAS DE FERMIN SALVOCHEA -I-


AL PRIMERO DE MAYO


Como el paro general
se declare para mayo,
de fijo le da un desmayo
en el acto, al capital.
Proponen los socialistas,
y a la verdad con razón,
que del obrero la unión
se enseñe al capitalista;
quien, algo falto de vista,
no ve en el nuevo ideal
lo que es justo y natural;
y no hay nada que a tal hombre
le preocupe, y aun le asombre,
como el paro general.
Debe el anarquista, pues,
cooperar a tal empresa
con constancia y con firmeza,
gran valor e intrepidez;
que siempre la timidez
se encontró en el ruin lacayo;
y si ha de venir el rayo
que purifique la tierra,
hace falta que la guerra
se declare para mayo.
Muéstrese al rico altanero
de una manera elocuente,
enérgica y contundente,
que hay algo más que el dinero;
que sin él, puede el obrerohacer
de su capa un sayo;
y aunque mire de soslayo
al que le infiere el ultraje,
como lo haga con coraje,
de fijo le da un desmayo.
Ya el término se divisa
de la infame explotación,
y se oye la maldición
del que se ve sin camisa;
contenga el burgués la risa,
que la cosa es muy formal;
nuestra fuerza es colosal
y matar puede a querer,
y envuelto en el lodo ver
en el acto, al capital.
Fermín Salvochea (El Trabajo, Cádiz, abril de 1900)

jueves, 20 de diciembre de 2007

FERMIN SALVOCHEA CONTRA LA TIRANIA Y LA OPRESION

Fermín Salvochea contra el absolutismo, la tira­nía y la opresión del País.

¡Que lástima! ¡Que dolor! La tierra les sea leve.

¡Quien lo hubiera dicho! iComo era posible creer tanta perver­sidad! ¡Y se hablará de fieras! ¡Que mayor fiera que el hombre mismo! ¡A cuantos crímenes conduce el primer paso que se dá en el camino del vicio! iCuan fácil es ahogar el grito de la con­ciencia cuando se ha conseguido encallecer el corazón!
Cádiz, la heróica Cádiz, la que en medio de las borrascas que agitan a la Europa entera, había sabido huir de los escollos y evitar el naufragio, acaba de perder en un momento de error los hermosos títulos de culta y católica. Rotos los diques que la religión y las leyes oponían al desenfreno y al libertinaje, por donde quiera que volvamos los ojos, no vemos más que lágri­mas, ruinas, desesperación y sangre. ¡Que cuadro tan horroro­so presenta una ciudad sembrada de cadáveres!

No es a nosotros a quienes tocaba enjugar el llanto de tan­tos huérfanos desgraciados, pero cuando los que debían hacer­la no lo hacen ¿como permanecer sordos a la voz de la razón? ¿Como olvidar los sagrados deberes, que nos imponen la misma naturaleza? A pesar de la corrupción general y de esa indiferencia que parece ser el distintivo del siglo XIX, no han lle­gado por fortuna hasta nosotros sus fatales efectos. A vista de tantos crímenes la sangre hierve en nuestras venas; el corazón quiere salirse del pecho y para mayor dolor ni aún llorar pode­mos. ¿Por qué, pues, extraña, que aceptando todas las conse­cuencias de nuestro arrojo, nos presentamos hoy como defen­sores de los desgraciados, a quienes tan tiránicamente se ultraja, maltrata y asesina en mitad del día y en medio de las calles más públicas? Muchos y muy grandes son los peligros que nos cercan, pero la causa que defendemos es santa, y el cielo debe ayudamos en tan grande obra. No corremos tras cruces ni calvarios. No nos mueve tampoco ese metal por el cual todos suspiran. No queremos más recompensa que las bendiciones de los inocentes, cuyos derechos vamos a recla­mar. Pero si en tan sangrienta lucha quedásemos vencidos, quizás otros siguiendo nuestros pasos con mejor fortuna y menos obstáculos, lograran afianzar el reinado de la paz sobre la tierra, y derramaran una lágrima de gratitud sobre el sepulcro de los primeros adalides.
No pensamos intimidarnos, tiranos de la tierra. Inventad si quereis nuevos suplicios para castigar nuestro heróico valor. Todo será inútil. Nada nos amedra. ¿Que es la muerte para el esclavo? el último eslabón de su cadena. El principio de la feli­cidad.
¡Libertad! ilgualdad! ¡Justicia! ¿Y os atreveis a marchar con vuestros labios palabras tan puras? Y os avergonzais de pro­nunciar unos nombres tan sagrados? iLibertad! A la sombra de esa constitución tantas veces jurada, dominan tranquilos unos inocentes creyendo poder gozar sin zozobras los derechos de pacíficos ciudadanos; pero vosotros turbásteis su sueño. ilgualdad! Confiados en ella os dieron el dulce nombre de ami­gos, velaron por vuestra hacienda, sacrificaron a vuestro capri­cho miras de ambición, vínculos de familia.
Todos los lazos que los ligaban a la sociedad los hicieron pedazos por vosotros, porque gritábais justicia y de esta palabra esperaban mucho bien. ¿Y habeis tenido valor para engañar a criaturas tan leales? Sí, lo habeis tenido. Es verdad que lo ten­dísteis la mano de amigos, pero también es verdad que esa mano encerraba un veneno que mata, y ellos aceptaron la mano y el veneno, y cuando conocieron su error y vuestra maldad, la risa sardónica del verdugo se mezcló con los últimos acentos de su moribunda víctima. ¡Que espectáculo tan horroroso! Nosotros vimos a esos inocentes exhalar sus últimos suspiros entre ayes y lamentos que traspasaban el corazón. Nosotros oimos sus quejas entre agonías mortales; recogimos sus últimos suspiros; tendimos nuestras manos sobre sus yer­tos cuerpos, y no pudimos regarlos de lágrimas, porque el cora­zón quiso negamos este consuelo; pero una voz que parecía salir del centro de la tierra nos gritaba venganza, y su eco reso­naba por el espacio.
Al escuchar esta terrible palabra se reanimaron nuestras fuerzas debilitadas hasta entonces con tanto padecer, y con todo el valor que infunde la desesperación juramos no descan­sar hasta exteminar a los opresores. La sangre de las víctimas humeante todavía, reclama el castigo de los culpables.
La hora de la expiación ha llegado, miserables. Si la justicia humana olvidase su deber, un poder sobrenatural abriría las tumbas; se animarían de nuevo los restos de tantos inocente, y ellos mismos lavarían con vuestra sangre la mancha que habéis echado sobre su preciara progenie.
¿Quien os dio el derecho de destruir una de las mejores obras de la creación? ¿No caben por ventura en el mundo unos seres que nacieron para hacer las delicias del hombre? ¿No quereis tener un verdadero amigo y compañero en este valle de amargura? ¿Pensais disculparos con decir que teneis la hidro­fobia y quereis evitar sus estragos? ¿excusa vana? Si tal fuese vuestro intento ¿Por qué no pensais en destruir la miseria que es la que produce aquella calamidad? ¡insensatos!. Halagais a la mujer y dais la muerte al amigo verdadero; al servidor fiel, al que daría por vosotros su vida y cien vidas que tuviera. ¡Y esto sucede en un siglo que se dice ilustrado, y en tiempos en que sólo es lícito hablar de hierros cuando se trata de caminos, y de cadenas cuando se habla de puentes colgantes!
Parricidas, icuando podremos olvidar todo el mal que nos habeis hecho! Manes de Zelim, sombra ilustre de Palomo vol­ved de esa región a donde os han sublimado vuestra virtud excelsa, y castigad a esos Borgias que con una pelotilla priva­ron al mundo de dos seres que eran nuestra dicha y nuestro consuelo. ¿Quien nos acompañará ya en la mesa y en el campo? A quien acudiremos para parar una codorniz y levantar un gazapo? ¿Quien velará por nosotros mientras dormimos? Zelim, Palomo, ¿como hemos de olvidar vuestros servicios y vuestro claro ingenio? ¿como dejar de admirar a unos filósofos, que hallaron en la tierra la verdadera felicidad posible, que es indudablemente la de vivir sin casarse y sin la fatal pasión a que llamamos familismo. ¡Ah! No podemos ya sufrir tanto. Vuestra muerte nos quita todas las ilusiones que embellecían nuestra existencia. Ni los halagos de una mujer, ni las adulacio­nes del hombre que nos llama su amigo, y nos vende como aquella con halagos tambien, podrán llenar nuestro corazón.
Felices aquellos tiempos en que se tenían por oráculos las palabras del gran Pitágoras. Su metamorfosis era, por decirlo así, el freno que contenía la ambición de devorar tan común en todos los hombres. Si en vez de reirnos de su sabio sistema lo hubiésemos admitido como se han admitido otros algo peores,
ni tantos crímenes se cometerían, ni nos admiraría como nos admira ver a no pocos jumentos con borla de doctores, y a muchos doctos desconocidos, trasijados y mohinos como jumentos. ¡Quien sabe si nuestros perros Zelim y Palomo serí­an algunos ingleses célebres!.Ellos hablaron muy poco: toma­ban lo que se les daba y todo lo que podían pillar: desde cien leguas olían donde guisaban: veían mucho, y cazaban con una agilidad sorprendente. No hay duda. ¡ Ingleses eran! ¡ Por eso los quisimos!
Pues tengan entendido los que recetan pelotillas para los perros, y los que las hacen, y los que se las dan -(que siempre ha de haber mujeres de por medio cuando se trata de calami­dades) tengan entendido repetimos, que si siguen su sistema de destrucción, van a concluir con media Inglaterra, porque muchos de los perros que estais que están muriendo, son tan sabios como Zelim y Palomo: bichos de tanta valía por fuerza deben ser extranjeros.
Esta es la razón que tenemos para concluir esta filípica con las mismas palabras que nos sirvieron de epígrafe, porque a decir verdad, si viésemos morir de pelotilla a unos animales tan célebres ¿que habíamos de decir aunque no fuera más que por política? ¡QUE LASTIMA! iQUE DOLOR! LA TIERRA LES SEA LEVE.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

FERMIN SALVOCHEA. PUNTO EN BOCA 30.08.1867


FERMIN SALVOCHEA Y LA LIBERTAD DE EXPRESION

"PUNTO EN BOCA”

Cada cual es muy dueño de decir lo que se le antoje; será capricho, necedad, manía, hasta locura si se quiere, pero yo no puedo remediarlo; nadie me quitará de la cabeza que el don de la palabra es el origen de la mayor parte de los males que nos rodean. Y no se me diga que la facultad de hablar fue, como muchos creen, el regalito de boda que hizo a nuestros primeros padres el Supremo Hacedor, Ni en aquellos felices tiempos había la perniciosa costumbre de hacer regalos, ni Dios pudo pensar en afligir al hombre con nuevas calamidades, cuando por vía de ensayo, o sin duda, y es lo más probable con el fin de irlo metiendo desde chiquito en los trotes de contribuyente, le había sacado una costilla, que es como si dijéramos, la pri­mera contribución de inmuebles. ( broma de Salvochea, que no estamos seguros que en los tiempos actuales sea del agrado de las lectoras mas feministas de nuestra pagina) No ha sido por cierto mal mueble la tal costilla: pero dejemos a un lado los huesos y vamos a lo que importa.
Lo que hubo fue, y no me desmentirán los periódicos de aquella época, que reconociendo Eva su poco mérito, porque en efecto era muy poco como sucede a todo lo que se hace de retazos y deseando sacar algún partido, ¡mujer al fin! echó mano de la serpiente como de un maestro de lenguas, para poder decir cuatro piropos a su marido, quien no tenía todo lo de Salomón, por la sencillísima razón de que Salomón no había nacido todavía. Habló por fin mamá, y engañó a papá. Por esta moda no pasan años. ( Machismo en pura esencia )
Me parece que lo dicho basta y sobra para probar que el don de la palabra no tuvo el preclaro origen que algunos le atri­buyen. Resta saber si desde el paraiso hasta nuestros días ha desmentido su infernal estirpe el supuesto regalito.
De él, como de una plaga, se valió el mismo Dios cuando quiso castigar en la Torre de Babel el orgullo de los pedantes. i De tan atrás viene esa familia! Si lo que allí pasó fue o no de trascendencia, con dar una vuelta al mundo saldremos de la duda. A estas horas no hemos podido entendernos: continua­mos en Babel sin novedad; pero dejemos a las torres porque a ciertas alturas es muy fácil perder la cabeza, y examinemos la llanura que no es tan llana como parece.
Si echamos una rápida ojeada desde la muerte de Abel hasta la revolución de Francia, que, entre paréntesis, es una señora ojeada, siempre hallaremos que una palabra mal dicha o mal interpretada ha sido la causa de todos los disturbios, que han armado al hijo contra el padre y al hermano contra el her­mano y si desde los asesinatos a mano armada pasamos a los que hacen sin armas los podadores del género humano, médi­cos, para que todos me entiendan, no podremos menos de encontrar una palabra sirviendo siempre de escudo, parapeto o muralla real para jugar a mansalva con los que ignoramos la epidémica fraseología de los Hipócrates y de los Galenos.
-Yo no puedo vivir así, dice doña Estefanía a su doctor. El doctor que no comprende la enfermedad sale del mal paso con achacarla a los nervios, y como los pobres nervios no encuen­tran letrado que los defienda, cargan con el meto sin apelación. Doña Estefanía quejándose de los inocentes nervios, va liqui­dando su caja de ahorros mientras el buen doctor rellena la suya con los nervios de doña Estefanía. ¿Que mina del Perú ha dado más plata que los nervios? ( Critica a la ignorancia de las personas y la avaricia de profesionales como los medicos, mas pendientes de llenar sus arcas que de sanar a la enferma )
Serpentea por todas partes otra palabra muy parecida a los vinos viejos. Con cuatro letras, que equivalen a cuatro gotas, se trastornna el cerebro mejor organizado. Tiene treinta y seis gra­dos cubiertos como el mejor aguardiente catalán, y como él, alegra en el primer momento y da sueño enseguida; debilita a unos; a otros enloquece. El número de sus víctimas se cuenta por el de sus prosélitos, y sin embargo, en el sentir de los con­templativos es un destello de la divinidad: este la llama alimen­to del alma: aquel áncora de salvación: para paladares poco delicados, es dulzura. Uno nos la presenta en figura de niño antojadizo, entretenido en agujerear corazones, como si el corazón fuese zaranda o rayador de queso: otro más prudente y menos confiado la pinta en figura de perro perdiguero, y no falta quien crea que es un fantasma para alucinar a los incau­tos; pero en tan confuso laberinto ¿a quién hemos de dar crédi­to? Si me fuese lícito dar mi palotada, no titubearía en decir que la tal palabra calcinada ante todo, debería estar entre los mine­ros botes de un farmacéutico con orden expresa de no despa­char ni un dracma, sino en ciertos casos desesperados, que desesperado y algo más es menester hallarse para necesitar un dracma de amor.
Si desde los males que afligen a naciones enteras damos un salto a los que hormiguean en las casas de vecindad, que no es salto tan mortal como parece, siempre hallaremos los funes­tos resultados de ese don tan ponderado.
Perico el feo, tiene cuatro palabras con Curro el de los rizos, y de sus resultas Satanás cargan con el feo, y los escribanos, que se agarran de un pelo, cargan con los rizos de Curro y con Curro por añadidura. ¡Mentira parece que por cuatro palabras se den a todos los diablos dos amigos!
Encarnación la chata, honra del barrio, cree como artículo de fe, una palabra que le ha dado su Paco, pero bien pronto la honra de Encarnación anda, como su nombre de boca en boca por todo el barrio y se queda la chata con un palmo de narices porque el buen Paco no quiere dar más que palabras. La gente de alta sociedad suele hacer lo mismo que Paco, pero las pala­bras de la alta sociedad son palabras de honor, lo que quiere decir que la alta sociedad tienen otro juego de palabras.
Magdalena la moñona, flor y nata de las esposas dice senci­llamente una palabra a su compadre: el marido la toma por donde quema, y aunque Magdalena llorando más que un Magdalena, jura y perjura que no hay tales carneros, riñen los compadres: la Mañona deja de ser flor y nata, y el esposo carga con otras esposas que la justicia le regala, porque dio un mete y saca a su compadre a consecuencia de la palabra que a la comadre se la antojó decir.
Pues si desde las palabras sueltas pasamos a las frases, hallaremos muchas muy seductoras y muy inocentes a primera vista, pero examinadas detenidamente, pierden de inocencia lo que ganan de seducción.
-Para alquilarme su casa Dos Restituto me exige un fiador,
-dice doña Prudencia a don Clemente-. Querrá Vd. echar una firmita por mí?
Da la casualidad que esta buena mujer que tiene el atrevimiento de llamarse Prudencia, es tía de una linda muchacha de ojos negros, a ninguno se le ocurre que una firma pueda ser más negra todavía. No queda pues, a mi señor don Clemente otro recurso que tomar la pluma y dejarse desplumar por doña Prudencia, quien se queda tan hueca como si hubiese dado con el movimiento contínuo. Bien es verdad, que para una tía esto de vivir por cuenta de los ojos de su sobrina vale segu­ramente algo más que el movimiento por contínuo que sea.
-¿Quiere Vd. pasar el rato? dice don Modesto, a su amigo Daniel: jugaremos un burro. Como el principal papel se cede por política al convidado, jugando con él al burro pasan el rato don Modesto y los compañeros de don Modesto y el amigo Daniel se encuentre sin saber como, en el lago de los leones.
Pues porque estas frases y otras parecidas a estas me hacen temblar, hay quien me llama cobarde.
¡Cobarde yo! Yo no soy cobarde no señor; tengo dadas pruebas de valor, me he casado y por donde quiera que Vd. me busque, encontrará en mí todo un hombre. Si se me dice que el turco baja me quedo tan tranquilo como si bajase, y si el que baja no es turco sino el tres por ciento, yo impasible siempre. Bien es verdad que como nunca he querido trato con infieles, pocas o ningunas relaciones tengo a Dios gracias, no con el turco ni con el tres por ciento.
Pues hábleme Vd. de robos, de calamidades, de miseria, en fin, de cosas de España y ya verá mi serenidad.
-Que viene el cólera.
-¿Se aumentará por esto la contribución? ¿no? Pues que venga cuando le de la gana.
-Que hay sarna.
-Eso es precisamente lo que nos hace falta, sarna para rascar.
-Que se susurra algo de hambre.
-Me parece muy bien; yo estoy por la igualdad. ¿Donde hay paciencia para sufrir que este grito estomacal sea privilegio exclusivo de cesantes y de exclaustrados? No señor, nada de prerrogativas. El hambre no debe ser patrimonio de ninguna familia ni persona.
-Que se suena algo de peste.
-Son ya tantas las cosas que a mí me apestan, que por una más o menos no he de andar con melindres.
-Que murió doña Tecla.
-Tanto mejor; ya dio en la tecla su marido.
-Que no hay una peseta.
-Ni un cuarto tenía Noe y llegó a ser naviero.
Pues un hombre de mi temple, un hombre que sin lisonja, pudiera pasar por un Napoleón, se echa a temblar como un chi­quillo cuando oye decir ... pero no, lo oiga yo.
No asusta un toro a Ponce y se quedarla tamañito si oyese el trompetazo precursor de la innoble media
luna. Perdóneme el señor Abdul Khan segundo. No intimidan las balas al militar aguerrido y palidece ante una orden de reemplazo. No causan pavor a una doncella las acechanzas de cien amantes gavila­nes, y la sola idea de morir con palma le hace aborrecer. .. hasta los dátiles. Pues una cosa muy parecida me sucede a mi cuando me dicen: mono no mío tan dulce y tan seductor ¿Sabes tu lo que cuesta en estos tiempos llegar a merecer el nombre de monono? Monono mío en boca de una mujer es un compendio de las plagas de Faraón, es el sistema tributario al daguerreotipo. ¿Que letra a la vista, que pagaré vencido, que papeleta de apremio apremia tanto como un monono mío?
Quiera dios que llegue un día en que los gobernantes y gobernados se convenzan de que siendo el don de la palabra la causa de todos los males que nos afligen, no queda más recurso que levantar una nueva bandera que lleve por lema, PUNTO EN BOCA
F.S." (Revista Gadítana, 30 de agosto de 1867).





sábado, 15 de diciembre de 2007

FERMIN SALVOCHEA: COSAS DE TEATRO. 24.09.1867

Crítica de Fermín Salvochea al modelo social.
"COSAS DE TEATRO”
APARECIDO EN LA REVISTA GADITANA 24 DE SEPTIEMBRE DE 1867
También tiene el teatro sus cosas, si señor, y cosas, si señor, y cosas son las suyas, que bien merecen el trabajo de ser examinadas. A primera vista no veremos más que gente que cobra para divertir a los demás, y gente que paga para que los diviertan o no la diviertan, que de todo suele haber en la viña (frase que Salvochea no termina, probablemente por la connotación religiosa de la frase). Considerando así el teatro, presenta el aspecto de un mercado público, donde se vende risa o sueño a precios fijos, pero no lo consideremos así. Acerquémonos un poco, Mirémoslo más detenidamente, y hallaremos que los que cobran se apellidan artistas: los que pagan público ilustrado, y el edificio escuela de las costumbres. Estos pomposos títulos lisonjean el amor propio de la persona que hace, y de la persona que pade­ce, y ya tiene usted a Periquito hecho fraile. El zapatero se hace cómico para ser artista, y el torero concurre al teatro para ser ilustrado.
En este teatro hay como en el gran teatro social opresores y oprimidos, felices y desgraciados, víctimas y verdugos, pero con una pequeña diferencia. En sociedad tan pronto es uno gentil a secas, como gentil hombre; ayer rendido amante y vil seductor mañana; esclavo, gran señor y capitán de bandidos en tres escenas del mismo drama. Hará de tribuna en una comedia, y de alguacil en el sainete. No bien acaba entre aplausos un papel de héroe, empieza a ensayar el de traidor. ¡Y todo un mismo hombre! ¡Cuanto ingenio!
Esta continua mutación de trajes y de caracteres, este con­tinuo movimiento, constituyen la vida del gran teatro social. En el llamado escuela de costumbres hay menos animación, más monotonía, porque unos mismos son siempre los tiranos, y unas mismas las víctimas. El único que goza el privilegio de desempeñar dos papeles es el público ilustrado.
Hace a veces de víctima, y a veces de tirano.
Son tiranos siempre todos los actores desde el primer galán hasta el que enciende las candilejas. Sus víctimas son los empresarios y los escritores dramáticos.
Mentira parece que haya todavía empresarios en el mundo, pero lo que sorprende mucho más, lo que no se concibe, es que haya quien escriba para el teatro.

-¿A quien busca usted?
-Vengo a ver al señor director.
- Yo soy el director y primer actor.
-Sea muy enhorabuena ./. Me tomo la libertad de presentar a usted
-¿Que es ello? ¿Un drama?
-Si señor. Acabo de escribirlo, y quisiera
-Bien, lo leeremos. Puede usted dar una vuelta de aquí a un par de meses.
-¡Tanto tiempo! Yo creía
-iPues!. .. la de todos. Creen Vds. que no tenemos más que hacer que perder el tiempo con .................... si no le acomoda a usted aguardar, puede Ilevárselo.
El autor que a todo trance quiere ver en escena su obra, consiente en la espera que se le propone. Llega por fin el sus­pirado día, pero, ¡oh fatalidad! El manuscrito ha pasado a manos de la dama(1) para que dé su voto; el baraba (2) tiene que darlo también; el bolero (3) quiere leérselo a la bolera para que lo dé en su beneficio si es que le agrada; el tramoyista (4) desea saber si hay muchas o pocas mutilaciones; el que copia los papeles (5), si dará muchos pliegos, y los que han de estudiarlo (6), si dará pocos. Vuelva Vd., otro día, es la respuesta que oye muchos días el desventurado autor. Por último, llega el desea­do momento. El drama ha recorrido ya toda la escala teatral. Ha pasado por el crisol de la compañía.
He leido eso, dice a su víctima el señor director (7).
(Siete estamentos distintos han analizado el texto del autor)
No me parece del todo mal; no es ninguna gran cosa, pero en fin, podrá pasar si le hace Vd. algunas correcciones. A la dama no le ha gustado su papel, y bien mirado, le sobra razón, porque, amigo mío, no está en su cuerda,
-iYa! Como yo no sabía cual es la cuerda de esa señora.
-y luego, eso de hacerla disfrazar de vieja en la escena quinta ofende su amor propio. ¡A quien se le ocurre eclipsar ni por un momento la luz de aquel rostro celestial! esa escena. Debe Vd. suprimirla.
-El disfraz que tanto ha disgustado a esa señora, formaba una parte esencial de argumento de mi drama, pero ¿que hemos de hacerle? se suprimirá.
-¡Ah! otra cosa. El segundo galán no quiere hacer papeles de traidor. Hay tipos muy considerados y temidos en socie­dad, pero los pone Vd. en el teatro, y les pierden el respeto. iVaya Vd. a comprender esta contradicción! Será quizás que el público no deja sacar copias de muchos de sus origi­nales.
Tendrá Vd., pues, que suprimir el malvado.
-Eso es imposible. ¿De quien me valgo entonces para quitar la vida a mi heroina.
-Se ahoga Vd., en un vaso de agua. ¿No pasa la acción en España? Declárela Vd. cesante.

-Mejor será que pongamos a la infeliz en manos de un doc­tor. Es recurso muy gastado, pero, no hay remedio; morirá.
-Se me olvidaba. Mi papel es demasiado largo; el de la dama de carácter tambien, y como ella y yo tenemos siem­pre la cabeza a pájaros, será preciso que haga Vd. algunas acotaciones.
-Muy bien; Vd. Me dirá por donde corto.
-Suprima Vd. la exposición. Así como así el público no está ya por palabra; quiere hechos. Improvise Vd. la toma de una fortaleza. eso es de mucho efecto teatral.
-Si Vd. lo cree conveniente ...
-No he de creerlo, hombre. ¿No quiere Vd. aplausos?
-¡Quien lo duda!
-Pues leña, hombre, leña.
-Nunca hubiera creido ...
-Si Vd. no conoce el teatro. Y a propósito. El final del drama me parece muy frío ..
-¿ y que le parece a Vd. que hagamos para darle calor?
-No pegaría mal una tempestad.
Esa es la que debe esperar el pobre autor cuando se ponga en escena el esqueleto de su obra.
El reparto del drama es el segundo escalón para subir al templo de la inmortalidad.
-Señorita, ¿tendrá Vd. la bondad de encargarse de este papel? En esta boca mis versos llegarán al
quinto cielo.
-Caballero, mil gracias por la lisonja, pero me es imposible servir a Vd. No está en mi cuerda.
-iQue! ¿No está en su cuerda servirme? ¡Ay, señorita, que dura es para mí su cuerda de Vd.!
-No me comprende Vd.; lo que yo digo es que ese papel no es para mí.
-¡Como que no! Pues si se lo doy yo, que soy el autor.
Puede Vd. tomarlo sin escrúpulo de conciencia.
-Si no es eso. Que no quiero hacerlo. ¿Lo entiende Vd. ahora? Es muy corto, y para cuatro palabras no me pongo yo de veinte y cinco alfileres. Que lo haga la segunda. -Para mí es demasiado largo. Que lo haga la graciosa.
-Maldita la gracia que tienen ese papel. Yo no hago eso. Los dramas no están en mi cuerda.
-Pero, señor, exclama fuera de sí el desventurado autor; ¿cual será la cuerda de estas mujeres? ¿Por qué no ha de haber una cuerda para todas?
-Caballero, dice en seguida a uno de los actores que ha acu­dido a los gritos. Aún no he podido entenderme con las señoras, pero ya nos arreglaremos.
Aquí tiene Vd., un papelito. Espero tenga la bondad de aceptarlo.
-Disimule Vd.; no me pertenece. Eso al señor.



-¡A mí! Ni que Vd. lo piense; yo no hago más que galanes jóvenes.
-Pues efectivamente pertenece a Vd. El personaje que va a representar, podrá tener veinte y cinco o treinta años. -Si, pero no es galán joven.
-Pues hijo mío. ¿que entiende vd. por juventud?
-Quiero decir que yo no hago más que calaveras. Ese papel pertenece al señor.
-Yo no recibo papeles de nadie. Soy director en el género cómico.
Pues entonces el otro ¿quien es? -Director en su género.
- ¿ y cual es el género del otro señor?
i Pobre autor, y pobre drama! Y ¿por qué? Por ese orgullo de enterderlo todo, por esas necias etiquetas, por ese flujo de con­decoraciones, por esa rutinera clasificación de caracteres, por esa cuerda en fin, tan cacareada. En una compañía no debiera haber más que un director, y para serio dignamente, no basta aprender papeles de memoria, y relatarlos sin equivocarse. ¡Cuantas bellezas pasan desapercibidas porque no se com­prenden porque no se estudian!
No negaremos el honroso título de artistas a un Romea, un Valero y un Arjona, pero para llegar a ellos se necesitan conoci­mientos de que carece la mayor parte de los actores. No dire­mos tampoco que una mujer de cuarenta años puede represen­tar a una inocente niña, porque el candor de la niñez es lo único que una mujer no puede fingir, pero combatiremos ese necio empeño de crear a cada paso jerarquías, que obstruyen el buen reparto de una composición dramática, y privan al público del gusto de verla bien ejecutada. Si algunos actores se figuran que un papel de cuatro palabras puede confiarse a un cualquiera, ese cualquiera, mil veces lo hemos visto, saca de su éxtasis al espectador, y le hace conocer que no es más que una comedia lo que estaba viendo, que no es la realidad, como se había figurado, y el pobre autor, el escritor dramático es quien recoge el amargo fruto de dirección tan desacertada, del mal reparto que se ha hecho de su obra.
Cuando se nos dijo que iba a darse al teatro un reglamento, creímos de buéna fe que se cortarían de raiz los males que lamentamos,. pero desgraciadamente no ha sido así. Los males se aumentan de día en día, los abusos se multiplican, las empresas se arruinan y la afición al teatro concluye, porque ni empresas ni afición puede haber mientras exista esa multitud de trabas, a que hemos dado el nombre de COSAS DE TEA­TRO.
Fermin Salvochea. (25 años)
(Revista Gaditana, 24 de septiembre de 1867).



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sábado, 17 de noviembre de 2007

TEXTO DE FERMIN SALVOCHEA DESDE EL EXILIO



Citoyens rédacteurs de La Marseillaise
Apres la révolution de Septembre, les hornmes qui avaient voulu ne faire qu 'un changement de dynastie et qui comptaient sur l'indifférence politique qui a fait si longtemps de I'Espagne le plus malheureux des peuples, virent avec la plus profonde surprise que la nation, sortant de sa léthargie, ne voulait pas confier le sort de la Révolution a d'autres mains qu'a celles du peuple. Le cri de Vive la République fédérale ! poussé sur tous les points de la pénin­sule apprit au monde qu'il naissait un nouveau peuple libre.
Des ce moment cornmenc;a une lutte sanglante entre l'Espagne républi­caine et les généraux qui ne voulaient pas renoncer a la dictature et a l'in­fluence que devait leur donner un nouveau monarque. C'était cette espérance et non l'amour de la liberté qui les avait poussés a la révolution.
Pour détruire l'élément républicain, ces généraux : Prim, Serrano y consorts, ont employé toute espece de moyens. Ces volontaires de la liberté qui partout étaient républicains, devinrent leurs points de mire. L'hérolque Cadix fut la premiere qui eut le bonheur d'arracher le masque a ces généraux liberticides.
Je n'entrerai pas dans les détails du mouvement républicain espagnol.
Tout le monde connait la série d'assassinats cornmis par les Défenseurs de l'ordre a Xéres et a Malaga ; elle s'est continuée dans le dernier mouvement a Valence et sur d'autres points.
Pour que 1'0n ne croie pas que nous exagérions, je veux vous dire la mort donnée par des assassins en uniforme a I'hérolque Rafael Fernán Guillén y Martínez, député aux Cortes pour la province de Cadix. Guillén, abandonnant son siege aux Cortes, s'était mis a la téte d'une colonne républicaine.
Le 15 octobre 1869 un engagement eut lieu dans les environs de Jimera de Líbar et Benaoján [sud-ouest de la province de Malaga, pres de Ronda], entre la colonne républicaine de la province de Cadix et les forces du gouver­nement. Ces dernieres étaient de beaucoup supérieures, et elles arriverent a disperser les républicains qui se trouverent réunis au nombre de cent environ dans les montagnes aux environs de Corino (sic) de Jimera.
Rafael Guillén était a la téte de ce dernier groupe séparé du reste des forces républicaines, lorsqu'il rec;ut l'avis que deux compagnies de garde-cotes marchaient a sa rencontre. Guillén dut se replier, mais les accidents de terrain sont si multiples sur ce point que Guillén lui-méme fmit par étre éloigné de tous les fantassins qui étaient avec lui. 11 resta en compagnie du jeune Cristóbal Bohorquez, fils de l'un de ses arnis intimes. Montés tous deux sur un seul cheval que bientót ils furent obligés d'abandonner, car il ne pouvait plus les porter, ils se trainerent jusqu'a l'endroit appelé Loma de la Dehesa. La, sur cette hauteur, ils furent reconnus par les garde-cótes qui firent une décharge 7dans laquelle Bohorquez fut tué.
Quelques instants apres Guillén était fait prisonnier, a la pointe de l' Apea­dillo au-dessus de la grotte de la Gotera.
Les garde~ótes en s'emparant de lui, lui firent souffrir les plus terribles martyres, lui latdant les mains et le corps a coup de balonnettes, de telle sorte que, par pitié, il demandait la mort. Ivre de douleurs, Guillén, faisant un der­nier effort, parvint a saisir une pierre, illa lanl1a sur ses bourreaux. On le porta enfin devant le chef de la troupe qui se trouvait a une demi-lieue de la, au Charco del Moro ; Guillén était rouge du sang qui coulait de ses blessures béantes.
Ce chef était le colonel Luque, garde~ótes de la province de Cadix ; il demanda a l'alcalde et au médecin de la colonne s'ils connaissaient le prison­. nier. On lui répondit que c'était bien Fernán Guillén, député aux Cortes.
La colonne se remit en marche, tralnant son prisonnier.
Tout ce que 1'on sait de plus, c'est que Guillén s'était assis sur un rocher a cinquante pas environ de l'endroit ou il fut conduit pres du colonel Luque ; sa main tordue de souffrance soulevait ses cheveux. Luque fit un signe : les garde~ótes firent feu par derriere : une balle entra dans le cou, l'autre dans l'épaule. Guillén mourut. Le cadavre fut livré aux soldats qui, cornmc un butin, le dépouillerent et le laisserent absolument nu ; puis, par ironie, ils le revétirent d'un calel10n et l'abandonnerent au milieu des champs. Son chapeau déchiré en mille pieces fut jeté dans la riviere ; son pantalon mis en lambeaux fut bn11é ; sa jaquette fut vendue onze francs par un soldat a une pauvre femme.
Aujourd'hui les prisons, les bagnes et l'exil, cette autre prison, sont pleins de nos freres, mais le sang de nos martyrs retombe goutte a goutte sur la tete du général Prim et de ses maudits complices.
L'Espagne réclame son droit a lajustice et a la République.
Et elle est heureuse, dans une circonstance comme celle~i de venir donner un témoignage de sa vive admiration et de sa profonde reconnaissance au citoyen Rochefort, qui seu!, a la tribune, a défendu les républicains espagnols, et [aux] républicains socialistes franl1ais dont la cause est la cause méme de 1'humanité.
F. Salvochea Député aux Cortes, exilé
La Marseillaise, «numéro exceptionnel» du 9 mars 1870(Fn février, ce journal tirait a 43 785 exemplaires ).

Texte communiqué par Michel CORDILLOT.